Audiencia a los participantes en la Consulta de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén

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Consulta2023 - 1

Esta mañana, en el Palacio Apostólico, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los participantes en la Consulta de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén.

A continuación, publicamos el discurso que el Papa ha dirigido a los presentes en la audiencia:

Discurso del Santo Padre

Señores Cardenales,

venerados hermanos en el Episcopado,

señores miembros del Gran Magisterio y Lugartenientes,

queridos hermanos y hermanas,

Les doy la bienvenida a todos ustedes, Caballeros, Damas y Eclesiásticos que representan a la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén. Dirijo un particular saludo al cardenal Fernando Filoni, Gran Maestre de la Orden, y extiendo mis sentimientos de gratitud y estima a todos los miembros de la Orden repartidos por todo el mundo.

Ustedes se han reunido en Roma para la Consulta, que incluye el encuentro de los Lugartenientes, los Delegados Magistrales y este año también los Grandes Priores, para abordar el tema de la formación. Una formación necesaria para los candidatos que aspiran a ingresar en la Orden; formación continua para quienes ya participan en su vida y misión; así como la formación de quienes están llamados a ocupar cargos de responsabilidad, con dos elementos clave: el espiritual, en la conciencia del alto compromiso moral asumido ante el Altar, y el relativo a la organización de actividades y a la gestión administrativa de los recursos, para satisfacer de forma permanente y adecuada las necesidades de Tierra Santa.

Formación inicial y continua, práctica y espiritual: estas son las cuatro líneas directrices que podemos ver representadas en la señal de la Cruz, que se destaca claramente en sus mantos y que anima su espiritualidad. Con su brazo horizontal, les recuerda su compromiso de hacer que la dedicación a Cristo crucificado y resucitado abarque toda su vida y para que, en la caridad, estén cerca de cada hermano y hermana; mientras que con su brazo vertical, bien plantado en el suelo y mirando al cielo, les recuerda la inalienable complementariedad, en su camino, entre la vida de oración y el servicio atento y cualificado a los hermanos, bien arraigado en las realidades en las que ustedes intervienen y volcado hacia el bien total de la persona (cf. Ef. 3, 17-19 ; Santo Tomás de Aquino, Comm. in Ep. ad Eph., III, lect. 5).

En este sentido, los Estatutos que aprobé constituyen el camino real por el que avanzar como Orden laica, con un objetivo ya bien comprendido por el bienaventurado Pío IX, que luego fue confirmado por sus sucesores: reunir a hombres y mujeres que se comprometan a participar de una manera más plena en la vida de la Iglesia, a partir de la Iglesia «Madre» de Jerusalén, según la enseñanza del apóstol Pablo (cf. 1 Cor. 16, 3), y abriéndose al mundo entero.

Desde esta perspectiva universal, están llamados a ser una Orden que, fuerte en su propia identidad, participe del misterio de la caridad de la manera más bella, abierta y disponible, dispuesta a asumir aquellos servicios que el Señor requiere a través de las necesidades de sus hermanos: desde la educación de los niños en las escuelas hasta la solidaridad concreta con los más frágiles, como los ancianos, las personas enfermas y los refugiados. Aquí, recordemos siempre lo que yo llamo el «estribillo» que el Señor hace decir a todos los profetas del Antiguo Testamento: la viuda, el huérfano y el extranjero; la viuda, el huérfano y el extraño. Esa es la atención que debemos tener.

La tumba vacía, de la que se han comprometido desde hace siglos por vocación a ser centinelas especiales, es en este sentido, sobre todo, signo del amor sin límites del Crucificado, que no guarda nada para sí y que, por tanto, no puede ser retenido por las asechanzas de la muerte; es signo de la victoria del Resucitado, en quien también nosotros encontramos la vida (cf. Rom. 6, 8-9) y de la fuerza del Misterio de su Cuerpo y de su Sangre, que nos une a todos como miembros suyos (cf. 1 Cor. 10, 17).

Formación y formación, al principio del camino de la Investidura y de por vida. La formación es para toda la vida. Formar y formar en la caridad universal e inclusiva. Estudiar la historia de su Orden desde esta perspectiva y, en un contexto de escucha y oración, dedicarse a adquirir las habilidades imprescindibles para responder a las necesidades de los demás: este es un gran servicio que pueden prestar hoy a la Iglesia y al mundo. En todas las épocas, incluso en la marcada por el paradigma tecnocrático, hay una gran necesidad de personas que practiquen la caridad con inteligencia e imaginación. Por ello, les invito a proseguir su trabajo de esta forma y a transmitirlo fielmente en las distintas fases de la formación.

Antes de concluir, quisiera dirigir nuestros pensamientos a Tierra Santa. Lamentablemente, somos testigos de una tragedia que se desarrolla precisamente en los lugares donde vivió el Señor, donde, a través de su humanidad, nos enseñó a amar, a perdonar y a hacer el bien a todo el mundo. En cambio, vemos un pueblo desgarrado por un inmenso sufrimiento que afecta, sobre todo, a muchos inocentes, a muchos fallecidos inocentes. Por eso, me uno espiritualmente a ustedes, que ciertamente viven este encuentro de la Consulta compartiendo el gran dolor de la Iglesia Madre de Jerusalén e implorando el don de la paz.

Queridos hermanos y hermanas, que la Virgen María, a quien invocan con el título de Reina de Palestina, les asista siempre en su misión. Les bendigo de todo corazón y bendigo a todos los miembros de la Orden y a sus familias. Y, por favor, no olviden rezar por mí. Gracias.

 

(9 de noviembre de 2023)