Convivir, ¿una damnatio?

La crisis de las relaciones

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Con la llegada de la Navidad, el cardenal Filoni, Gran Maestre, nos invita a centrarnos en el gran don que Dios nos regala en este día y siempre: el don de la relación. Cuántas veces, en nuestra vida cotidiana, vemos que las relaciones con los demás, con la naturaleza, con nosotros mismos e, incluso, con Dios, son difíciles, enfermizas y conflictivas. Sin embargo, en el niño nacido en Belén de una joven virgen, Dios toma nuestra carne, entra en lo concreto de nuestra realidad, la asume y, al mismo tiempo, nos inserta en la Trinidad y nos abre al diálogo con Dios, a una relación más profunda con él. Por tanto, abramos las puertas a este don de la gracia que sana todas nuestras relaciones.


La pregunta surge de la situación que estamos viviendo hoy en día… ¡pero no solo hoy!

No obstante, las guerras en Ucrania, Palestina e Israel, Sudán y otros lugares nos plantean constantemente la duda de que las diferencias, ya sea por intereses o por razones ancestrales, incluidas las religiosas, a menudo parecen irreconciliables, incluso presagios de violencia. ¿Son realmente la coexistencia y la convivencia una damnatio, una condena? Episodios dramáticos de feminicidios, fracturas familiares, jóvenes que hacen de la violencia un estilo de vida y de ser, vicisitudes de complicadas situaciones interreligiosas y políticos con un enfermizo apegado al poder, nos hacen preguntarnos por qué existen relaciones aparentemente imposibles. La crisis de las relaciones se acentúa o se atenúa de maneras que luego se ven muy influenciadas cuando la racionalidad, la inteligencia, la búsqueda de la verdad y el papel de la propia consciencia quedan marginados.

En mi juventud, viví en un entorno católico, monoteísta y culturalmente homogéneo. Después, a partir de los treinta, me encontré en muchos países multiculturales y multireligiosos en los que la fe cristiana era minoritaria. Conocí muchos nuevos ambientes (musulmanes, budistas, hindús) que, reconozco, además de hermosos, fueron providenciales para mi formación. En el fondo, uno se abre a una riqueza de valores y estima inigualable. La fealdad siempre procede del fanatismo y el desprecio; y también me he encontrado en medio de guerras.

He conocido amigos valiosos. Aquí, mencionaré a dos. Conocí a uno de ellos cuando vivía en Hong Kong. Durante una visita de cortesía, vino a verme un rabino de origen alemán pero establecido en Nueva York, donde dirigía la sinagoga Park East. De niño había estado internado en los campos de exterminio nazis y aún conservaba su número de identificación tatuado en el brazo. Sobrevivió para poder contarlo y para que no nos olvidemos de estos horrores (una visita a los campos de exterminio siempre es una meditación que hay que hacer). Como Substituto de la Secretaría de Estado de Benedicto XVI, abogué por una visita papal a su sinagoga, aprovechando que el Papa tenía que acudir a las Naciones Unidas. Para este extraordinario rabino, que había dedicado su vida a la coexistencia pacífica de los pueblos, fue el acontecimiento de su vida.

Antes de irme de Irak en marzo de 2006, tras la guerra, pero aún en un periodo de grave inestabilidad civil y política y de la persecución de los cristianos, un musulmán vino a verme. Quería conocerme y me trajo una cruz pectoral, como la que suelen utilizar los obispos católicos. Me dijo que era un regalo para mí y que lo había hecho él mismo, como artesano. No se trataba del valor de su material (que no era el caso), sino del significado, del hecho de que un musulmán haya creado un símbolo cristiano para un obispo católico. Me dijo que el regalo era por compartir el sufrimiento de la guerra y sus terribles consecuencias con los habitantes de su país.

Recuerdo estas dos relaciones como un regalo preciado.

¿Es realmente imposible convivir en paz entre diferentes realidades? ¿Qué hay que hacer para conseguirlo? Sabemos que la crisis de las relaciones es humana, pero la calidad de las mismas depende de nuestra salud cultural, religiosa y humana.

En su enseñanza, Jesús exhorta a los discípulos a estar en el mundo, pero sin pertenecer a él (cf. Jn 15,1 9); ese mundo en el que los seres humanos, cultivando su egoísmo, se vuelven resentidos, odiosos, falsos, indeciblemente insatisfechos, envidiosos e, incluso, asesinos. Internet ha contribuido a disipar los instintos en la presunción del anonimato servil.

En definitiva, lo que está surgiendo es la crisis de las relaciones. Las relaciones no son un aspecto marginal de la vida, son esenciales, comienzan en el vientre de la madre y se extienden progresivamente a todos los aspectos de la vida, incluso al espíritu, que debería representar el otro punto de referencia, otro ideal de convivencia.

Si se examina más de cerca, toda relación tiene siempre una forma tridimensional: la que se establece con la naturaleza, cuya belleza es el aspecto más fascinante; con los demás, a menudo rebuscada, pero indispensable; y con el espíritu, hoy desatendida. A este respecto, un interesante autor (Benjamin Labatut) opina que la mayoría de las personas que son, o incluso que no se consideran ilustradas, despiertas e inteligentes, han perdido la fe en lo que no es visible, en todo lo que es Otro. Como consecuencia, por una razón u otra, estamos perdiendo la actitud de interioridad, de oración, de fe en la oración, de pedir algo. De igual forma, también hemos perdido, en muchos sentidos, nuestra relación con Dios, a la quien apela nuestra consciencia, que es el santuario de nuestro ser humano.

Volvamos a nuestra pregunta inicial. En efecto, si perdemos el sentido de nuestra relación tridimensional, nos quedamos solos; y la soledad no es la soledad creativa de Antoine le Grand, el Anacoreta del desierto que suscitó la emulación y ha tenido tantos discípulos hasta la actualidad, sino la de quienes no miran en los ojos de los demás, no captan su belleza y desarrollan sentimientos de cerrazón: el terrorismo y la guerra son las expresiones más evidentes y devastadoras de ello.

Las antiguos Padres de la Iglesia, que buscaron una explicación teológica para el Misterio de Dios, hablaban de un Dios que es Relación, tanto en la esfera trinitaria, como comunión de personas, como en la esfera antropológica, la Navidad de Cristo, en la que Dios asumió un cuerpo, para que la relación entre Dios y el hombre fuera verdaderamente sólida, y no ideológica, onírica o mitológica.

Con la llegada de la Navidad, acordémonos de este Acontecimiento sin precedentes, que es la más importante de todas las relaciones.

 

Fernando Cardenal Filoni
Gran Maestre

(Diciembre de 2023)