Encuentro histórico del Papa con los patriarcas de las Iglesias orientales en Bari

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Encuentro histórico del Papa con los patriarcas de las Iglesias orientales en Bari

Peregrinos en Bari, «ventana al cercano Oriente» según la expresión del papa Francisco, los patriarcas orientales de las diferentes confesiones cristianas se reunieron con el obispo de Roma, el pasado 7 de julio, en un impulso ecuménico, para invocar la paz por los pueblos de los territorios bíblicos. La Orden del Santo Sepulcro estaba presente con una delegación de la Lugartenencia para Italia Meridional y Adriática, guiada por el Lugarteniente Ferdinando Parente, y por el Prior de la sección local, Mons. Luigi Renna, obispo de Cerignola-Ascoli Satriano, apoyando con la oración a Mons. Pierbattista Pizzaballa, Administrador apostólico del Patriarcado latino de Jerusalén y Pro-Gran Prior de la Orden.

 


Los jefes de las Iglesias rezaron primeramente en la cripta de la basílica, cerca de las reliquias de san Nicolás -testigo de la fe, muy venerado en Oriente- donde encendieron “la lámpara de una sola llama”, símbolo de unidad y esperanza. El Santo Padre comentó después ese momento exaltando el “símbolo de una luz que aún brilla en la noche”, explicando que cuando se tienden las manos hacia el cielo en oración y se da la mano al hermano sin buscar el propio interés, arde y resplandece el fuego del Espíritu, Espíritu de unidad, Espíritu de paz”.

Reunidos a orillas del mar, donde fueron en una especie de “papamóvil ecuménico”, los participantes de este encuentro único e histórico suplicaron al “Dios de todo consuelo” (2 Co 1,3), por todos aquellos que sufren en Oriente Medio, cuna de las grandes religiones monoteístas. “En Oriente Medio están las raíces de nuestras mismas almas”, dijo el sucesor de Pedro, subrayando que de ahí vino a visitarnos el Señor “sol que nace de lo alto”. Denunció el “silencio de tantos” frente a la guerra y la violencia, “la complicidad de muchos” en las ocupaciones y migraciones forzadas, yendo hasta hablar de “el riesgo de que se extinga la presencia de nuestros hermanos y hermanas en la fe” en esta región del mudo.

“Desde el curso del Nilo hasta el Valle del Jordán y más allá, pasando por el Orontes, el Tigris y el Éufrates, resuene el grito del Salmo: “La paz contigo”, exclamó el Papa con el tono de los profetas, relevando “el grito de tantos Abeles de la actualidad que sube al trono de Dios”. “Nosotros queremos ser una voz que combate el homicidio de la indiferencia… Queremos dar voz a quien no tiene voz, a quien solo puede tragarse las lágrimas”, resumió antes de retirarse para un coloquio a puerta cerrada, en torno a una mesa redonda, con otros responsables de Iglesias y una mujer, Souraya Bechealany, secretaria general del Consejo para las Iglesias de Oriente Medio.

Esta bella experiencia de sinodalidad, introducida durante mucho tiempo por Mons. Pierbatista Pizzaballa, Administrador apostólico de Jerusalén, fue marcada por el intercambio durante el que todos pudieron tomar la palabra sobre los temas fundamentales de la justicia y la paz, y del respeto de la dignidad de las personas. “Sentimos una vez más que debemos convertirnos al Evangelio”, confió el Santo Padre en el Atrio de la Basílica de san Nicolás, mostrando que “en la noche del Oriente Medio en agonía… no será la huida o la espada lo que anticipe el radiante amanecer de la Pascua, sino el don de sí a imitación del Señor”.

“¡Basta de las ocupaciones de las tierras que desgarran a los pueblos! ¡Basta con el prevalecer de las verdades parciales a costa de las esperanzas de la gente! ¡Basta de usar a Oriente Medio para obtener beneficios ajenos a Oriente Medio!”, declaró, evocando también las lecciones de Hiroshima y Nagasaki” y deseando que “no convirtamos las tierras de Oriente, donde apareció el Verbo de paz, en oscuras extensiones de silencio”.

En el discurso del Santo Padre no faltó la insistencia por la necesidad de respetar el status quo de Jerusalén, “ciudad para todos los pueblos, ciudad única y sagrada para los cristianos, judíos y musulmanes de todo el mundo”, defendiendo una vez más a favor de una solución negociada entre israelíes y palestinos que garantice “la coexistencia de dos Estados para dos pueblos”.

Después de que Francisco recordara que “la esperanza tiene el rostro de los niños”, evocando los ojos de aquellos que entre ellos “han pasado la mayor parte de sus vidas viendo con sus ojos escombros en lugar de escuelas, oyendo el sordo estruendo de las bombas en lugar del bullicio festivo de los juegos”. Terminó la jornada con la liberación de palomas, como una promesa para que “regrese el tierno brote de la esperanza” (cf. Gn 8,11).
 

F.V.


(julio 2018)