Para un diálogo de la vida entre cristianos y musulmanes

Diálogo con el padre jesuita Thomas Michel, experto en relaciones entre cristianos y musulmanes e islam

Print Mail Pdf

Padre Thomas Michel

Diálogo con el padre jesuita Thomas Michel, experto en relaciones entre cristianos, musulmanes e islam. De 1981 a 1994, el P. Michel ha trabajado en el consejo pontificio para el diálogo interreligioso. También es el antiguo secretario del Secretariado jesuita para el diálogo interreligioso de Roma y antiguo secretario ecuménico de la Federación de las Conferencias episcopales de Asís (1994-2008). Ha sido profesor en varias universidades por el mundo y ha pasado el último semestre del año 2016 enseñando en el Instituto pontificio de los estudios árabes e islámicos.


El islam es una religión que aparece a veces como un bloque único sin distinciones. ¿Podría ayudar a nuestros miembros a hacerse una idea de la diversidad que constituyen las comunidades musulmanas en el mundo?

Con mucho más de un billón de fieles, el mundo musulmán es tan diversificado como el mundo cristiano. Existen diferencias culturales, teológicas y en el planteamiento de las personas y sus reacciones frente a la vida moderna. Empezando por las diferencias culturales, la mayoría de la gente ignora que el conjunto de los musulmanes no vive en Oriente Medio si no en Asia. Los cuatro países que cuentan con el mayor número de musulmanes son: Indonesia, India, Pakistán y Bangladesh, mientras que los musulmanes de lengua árabe representan tan solo un 20% de los musulmanes en el mundo. Uno de los errores que comete la gente es el de identificar al islam con lo que ocurre en el mundo árabe, cuando no es más que una de las manifestaciones del islam.

También existe una variedad teológica – que se podría calificar de histórica – entre sunitas y chiítas. Esto tiene que ver más con un elemento histórico que teológico: ¿Designó Mahoma un sucesor? La mayoría de los musulmanes – un 90% – piensa que no, dejando a la comunidad la posibilidad de elegir su guía, mientras que una minoría – un 10% – piensa que designó a su yerno Alí como sucesor. Debido a este desacuerdo histórico hay dos formas de islam que se han desarrollado tan separadamente que hoy constatamos muchos puntos de divergencia entre musulmanes sunitas, los más numerosos, y chiítas. Esto puede llevar a conflictos, particularmente cuando un grupo tiene un poder económico o político más importante que el otro. Esto se ve claramente en Irak y Barhéin. Pero tenemos que tomar en consideración los diferentes contextos. Si miramos a los musulmanes en Estados Unidos o Suecia, vemos que no hay conflictos entre sunitas y chiítas, van a la misma mezquita y rezan juntos ya que el contexto hace que no se plantean esas cuestiones.

El tercer tipo de diversidad concierne a la manera en la que los pueblos responden a la modernidad. Algunas personas ven la modernidad como liberadora, como algo deseable, bueno para los musulmanes. Otros musulmanes no tienen ningún problema con los avances tecnológicos, pero consideran que hay un aspecto cultural de la modernidad que crea problemas y tienden a ser desconfiados. Otros piensan que la modernidad es una plaga que viene de los países occidentales para desviar a la gente de Dios.

Así, cuando se habla de musulmanes, hablamos en realidad de una amplia variedad de personas y acercamientos de su religión y de la vida moderna.


El diálogo de la vida entre musulmanes y cristianos en Tierra Santa tiene que vivirse a diario. En su opinión, ¿Cuáles son los aspectos clave para valorar el encuentro entre esas comunidades?

Ha habido un desarrollo interesante en el pensamiento de la Iglesia cuando empezamos a hablar de diálogo. Pablo VI en Ecclesiam Suam retomó la idea ya detallada por Martín Buber y otros, según la cual crezco en la relación para hablar al otro y el otro crece en la relación para hablarme. Sin embargo, para muchos cristianos en el mundo, y sin lugar a dudas sobre todo para los cristianos en Israel y Palestina, la idea de un diálogo parecía muy elitista, reservada a las personas muy instruidas y a los responsables religiosos. Su experiencia de los musulmanes era la de un simple vecindario y no podían reunirse y discutir con ellos sobre la Trinidad, por miedo a cometer errores. La Iglesia respondió diciendo que no estaban obligados a hacerlo pero que todo el mundo está llamado al diálogo de vida. En ese diálogo cada uno de nosotros está llamado a vivir su fe cristiana tan profunda y plenamente como le sea posible, con la plena aceptación de los musulmanes con los que se convive.

Eso supone cuidar de los más mayores en la comunidad, educando a los niños respetando a Dios, estando atentos con los marginados, pobres y personas necesitadas abriendo los corazones y las instituciones. Haciendo esto, los cristianos lanzan en cierta manera un “desafío” a los musulmanes y se dejan desafiar por las cosas buenas que hacen los demás, como es el diálogo de la vida. En primer lugar viene el diálogo de comunidades ordinarias y si existe este, todos los demás niveles encuentran su sitio.

Los cristianos en zonas como Palestina y Siria lo han hecho durante siglos: comparten cultura y lengua, cantan las mismas canciones, cuentan los mismos chistes y miran las mismas películas. Y cuando comparten lo mejor de su fe, entonces se produce el diálogo de la vida: ¡Un diálogo de la vida!


El año de la misericordia concluyó en noviembre de 2016. ¿De qué manera podemos inspirarnos del tema común de la misericordia en el cristianismo y el islam para favorecer reflexiones teológicas y prácticas?

La misericordia es un tema importante. Se han celebrado muchas conferencias universitarias con este tema durante este Año Santo, pero también sé que se han reunido cristianos y musulmanes para hablar de la bondad de Dios en numerosos contextos no académicos. Decimos a menudo que el cristianismo se fundamenta sobre el amor y que el islam lo hace sobre algo diferente, pero Ibn Sina, Avicena -filósofo musulmán- dijo más o menos: «Dios es amor» y se basa por completo en el amor. En efecto, ignoramos muchos aspectos de la fe de los demás.

También tenemos que recordar que Dios no es indiferente a lo que hacemos en este mundo y que su misericordia no se limita a un grupo en particular. Es misericordioso para todo el mundo y debemos dar este testimonio común. El cristianismo y el islam enseñan también que la misericordia es algo que se hace, no es un sentimiento. Se es misericordioso cuando se intenta ayudar concretamente a aquellos que están necesitados.


El Santo Padre ha celebrado en septiembre de 2016 en Asís el 30° aniversario del encuentro interreligioso para la Jornada mundial de oración por la paz ¿Cómo puede ayudarnos la oración a acercarnos unos a otros?

La oración tiene lugar cuando tomamos conciencia que estamos en presencia de Dios. Podemos tener ideas diferentes de lo que es Dios, pero creo que podemos rezar como Abrahán y Melquisedec lo hicieron. Orando tomamos conciencia de las cualidades de Dios y cuando se adquiere esta conciencia con otra persona, se hace más difícil sospechar o enfadarse con el otro.


Entrevista realizada por Elena Dini


(Febrero 2017)

Una experiencia personal de diálogo de la vida: servir al otro para servir a Dios

El P. Thomas Michel durante una comida amistosa con algunos amigos musulmanes

«En 1988, enseñaba la teología cristiana en Konya, Turquía. Tenía a mi disposición un apartamento en el casco viejo de la ciudad pero no tenía ningún mueble. Lo dije en la universidad y alguien me dijo que conocía a una persona que tenía una cama de más. Fui a casa de esa persona que no había visto nunca, le dije quien era y que me habían dicho que podría prestarme una cama. Enseguida cogió la cama y la llevamos a mi piso. La gente de la calle me vio y me preguntó quién era. Les dije que era un profesor que había venido para enseñar teología en la universidad. Creían que yo era musulmán, entonces les dije que era sacerdote cristiano. Me preguntaron si necesitaba algo para el piso, les contesté que podría serme útil una silla. Durante el tiempo que duró ir a buscar el colchón y volver, las personas en la calle ya habían sido informadas de mi situación y todos me ofrecían algo. Durante los tres días siguientes, la gente del barrio me trajo muebles y todo tipo de objetos para mi alojamiento: vasos, vajilla, una mesa, sillas, alfombras...

Cuando volví a casa después del primer día de clase en la universidad, había un hombre sentado delante de mi puerta que me estaba esperando. Me dijo que su mujer había estado antes durante el día pero que la puerta estaba cerrada y que no había podido entrar. Me explicó que no necesitaba cerrar la puerta con llave. Pensé que al hacer eso ofendía al vecindario haciéndoles creer que no tenía confianza en ellos, entonces ya no volví a cerrar la puerta con llave.

Así, algunos días, cuando volvía a casa me encontraba encima de la mesa un plato con comida. Lo comía y uno o dos días después el plato desaparecía. Unos días más tarde aparecía otro plato. En otras ocasiones al volver me encontraba la ropa lavada y planchada. Así durante seis meses y nunca vi quién lo hacía ya que sabían que daba clases en la universidad y venían cuando sabían que no estaba en casa.

Al final del semestre me tenía que marchar. Dije a un hombre del barrio que tenía una última petición. Algunas mujeres habían sido muy buenas conmigo y deseaba encontrarlas por lo menos una vez para darles las gracias. El hombre me dijo que no era necesario verlas: ellas no lo habían hecho por mí, lo habían hecho por Dios. Dios que ve lo que hacen en secreto se lo agradecerá. Eso es un diálogo de la vida».


Padre Thomas Michel