El Jubileo de la Misericordia contemplando las cinco llagas de Cristo

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La Cruz de Jerusalén La Cruz de Jerusalén, símbolo de la Orden del Santo Sepulcro, evoca las cinco llagas de Cristo, fuentes de purificación interior y de renovación espiritual para los peregrinos que somos nosotros, en marcha hacia el Reino de Dios.

El Jubileo de la Misericordia, que se clausurará el próximo 20 de noviembre, día de la fiesta de Cristo Rey del Universo, ha visto ya llegar a Roma unos diez millones de peregrinos, aunque este Año Santo “descentralizado” pueda vivirse plenamente en cada diócesis del mundo. Durante los eventos jubilares de estos últimos meses, el Santo Padre ha hablado sobre todo de las cinco llagas de Cristo, y nosotros deseamos tratar este tema porque sus palabras ilustran bien el mensaje que lleva el emblema de los miembros de la Orden del Santo Sepulcro. “Señor, por Tus cinco llagas, que llevamos en nuestras insignias, Te oramos...”, dice la famosa oración del Caballero y la Dama.

La imagen definitiva del receptáculo de la misericordia la encontramos a través de las llagas del Señor resucitado, imagen de la huella del pecado restaurado por Dios, que no se borra totalmente ni supura: es cicatriz, no herida purulenta. En esa «sensibilidad» propia de las cicatrices, que nos recuerdan la herida sin doler mucho y la curación sin que se nos olvide la fragilidad, allí tiene su sede la misericordia divina”, resumía de manera luminosa el Papa Francisco dirigiéndose a los sacerdotes que habían venido para vivir el Jubileo en la Ciudad eterna durante la primavera de 2016.

“En la sensibilidad de Cristo resucitado que conserva sus llagas, no sólo en sus pies y manos, sino que también su corazón es un corazón llagado, encontramos el sentido justo del pecado y de la gracia”, seguía diciendo, precisando que contemplando el corazón llagado del Señor nos reflejamos en él. Pero sabemos que el suyo era puro amor y quedó llagado porque aceptó ser vulnerable; el nuestro, en cambio, era pura llaga, que quedó sanada porque aceptó ser amada”.

Para entender mejor esta lógica espiritual en la que nos hace progresar el Santo Padre, es bueno volver también sobre una confidencia que ha hecho hace poco a la audiencia pública del miércoles 22 de junio, cuando evocó su oración breve antes de ir a la cama, “¡Señor, si quieres puedes purificarme!”, inspirándose en las palabras que el leproso dijo a Jesús (Lucas 5, 12). Precisó que cada noche también dice cinco “Padre Nuestros”, uno por cada llaga de Jesús, porque Jesús nos ha purificado con sus llagas”.

¿No podríamos nosotros también rezar así, invocando la misericordia del padre celestial por las cinco llagas de Cristo que, convertidas en cicatrices, testimonian de su amor vencedor? Cada miembro de la Orden, llamado a testimoniar del poder de la Resurrección, puede retomar conciencia durante el Año Santo, según las palabras del sucesor de Pedro que “el verdadero recipiente de la misericordia es la misma misericordia que cada uno ha recibido y le ha recreado el corazón; ese que es el «odre nuevo» del que habla Jesús, el «hueco sanado».


(25 julio 2016)