Una reflexión: «La Iglesia que conozco»

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Summit

Varios miembros importantes de la Orden del Santo Sepulcro participaron en la organización del encuentro histórico organizado por el Papa dedicado a «La protección de los menores en la Iglesia», que tuvo lugar en el Vaticano del 21 al 24 de febrero, en particular el cardenal Sean Patrick O’Malley, arzobispo de Boston, el cardenal Blase Cupich, arzobispo de Chicago y Mons. Charles Scicluna, arzobispo de Malta. La asamblea escuchó los conmovedores testimonios de las víctimas de abusos sexuales, buscando soluciones a la crisis, intercambiando y rezando. Después de este evento, que tuvo un enorme eco en la prensa, Bartholomew McGettrick, presidente de la Comisión para Tierra Santa del Gran Magisterio, compartió este texto en el que – consciente de los desafíos y sin justificar los actos horribles cometidos por ciertos clérigos – ha deseado poner en evidencia algo que olvidamos a menudo o que damos por hecho: la belleza de lo que se vive en el corazón de la Iglesia y la presencia de Dios a través de la generosidad y el don de sí como personas que forman el Cuerpo de Cristo. Se trata también de la Iglesia que conocemos, que amamos y que no queremos olvidar.

 

En estos últimos meses y semanas se han revelado ciertas dificultades e incluso atrocidades que han tenido lugar en la Iglesia. Los medios de comunicación han sido muy violentos condenando lo que se ha producido durante varios años. Se ha provocado una irritación legítima frente a lo que se ha hecho y a lo que no se ha hecho.

Todos los miembros de la Iglesia católica tienen que conmoverse por eso; sentir vergüenza, bochorno, desconcierto, ira, sentimiento de traición y cualquier tipo de emoción imaginable. Para muchos es doloroso estar asociados a una institución de este tipo.

Los medios de comunicación secularizados no han perdonado ningún tipo de detalle de las atrocidades que han tenido lugar. Entonces me pregunto: «¿Es la Iglesia que conozco?»

Frente a esta pregunta retórica, tiendo a considerar que no es la Iglesia que conozco. Tampoco me veo como parte de una institución que puede albergar los delitos y actividades escandalosas de miembros de la Iglesia, en cuyo nombre se han cometido crímenes e indelicadezas.

Sin embargo, la Iglesia que conozco es una Iglesia de generosidad, cuidados y amor. Conozco religiosos y laicos que se dedican a la mejora de la sociedad, al acompañamiento y al servicio de aquellos que más lo necesitan. Muchos dan su vida a la Iglesia, ya sea como religiosos ordenados o como personas que la sirven a través de los votos que han pronunciado, o a través de sus vocaciones. Lo hacen libremente y con integridad, con la simple misión de querer ayudar a los demás.

Me doy particularmente cuenta en Tierra Santa que la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén dedica su atención a la educación, a la ayuda humanitaria y al cuidado pastoral. Estos elementos se encuentran en el centro de la misión de la Orden, así como de la Iglesia, y ayudan a muchas personas que desean hacer que el mundo sea mejor con sus actividades y acciones. Es una ilustración de la manera en la que la Iglesia católica reúne los recursos y les coloca al servicio de aquellos que más lo necesitan.

En todas las estaciones los miembros de cada continente realizan donaciones a la Orden. Estos fondos sirven para ayudar a las comunidades cristianas. Por supuesto, en hecho que la Iglesia ayude a escuelas, hospicios para los moribundos, hogares para las personas mayores y enfermos, hospitales para bebés, clínicas, orfanatos, lugares de refugio para mujeres que han sido víctimas de abusos, albergues para los refugiados y víctimas de la tortura, etc., no está en la primera plana de los periódicos. Pero es la Iglesia que yo conozco.

A nivel mundial, la Iglesia católica trabaja en el campo de la educación para promover los valores humanitarios y hacer todo lo que pueda para asegurarse de que haya un sentido profundo de la justicia en la sociedad. La educación católica intenta aportar esperanza y un sentimiento de realización a través de las relaciones que han sido creadas en las escuelas católicas. Es el trabajo constante de los docentes motivados por el amor de sus estudiantes lo que hace que el mundo sea mejor; médicos y enfermeros que se encuentran al lado de aquellos que sufren las condiciones de vida más miserables; y tantos que sirven simplemente a los demás.

Entre las presiones constantes a favor del cambio se encuentra el hecho de que los niños siempre necesitan amar y ser amados. La Iglesia tiene el deber de asegurarse que se trate de un amor puro, basado en relaciones justas. ¿Es excesivo pensar que pueda tratarse de un derecho del hombre? Es sin dudas el único campo que nos falta por conquistar, en las profundidades del corazón. La Iglesia católica puede llevar a eso, ya que es la esencia de la naturaleza de la acción social católica y eso forma parte integrante del trabajo de la Iglesia que conozco. Por supuesto, la Iglesia siempre necesita buscar la tutela del Espíritu para celebrar totalmente el lugar de la mujer y su acción social, así como su liderazgo.

En términos de ayuda humanitaria, la Iglesia católica se encuentra en primera línea en su ayuda a los refugiados, a las personas desplazadas y a aquellos que desecha la sociedad. Basta con mirar esas organizaciones que trabajan con los más necesitados de nuestra sociedad para tomar conciencia de la presencia de la Iglesia. Existe una persecución de los pueblos por sus creencias y la Iglesia también está ahí. Efectivamente, es la función de la Iglesia acompañar a aquellos que más lo necesitan y caminar con ellos en sus diferentes trayectorias.

Existe un incremento de la necesidad de cuidados pastorales hacia los hijos de Dios en nuestro mundo. Apoyar el bienestar espiritual y social de todos es cada vez más importante en este mundo complejo. Está claro que hay además una necesidad creciente de ayudar a las personas que luchan en un mundo que descuida cada vez más las necesidades humanas de tantas personas dentro de la sociedad. El aumento de la tasa de suicidios en muchos «países avanzados» es tan solo un indicador de la presión en la que se encuentran muchas personas.

La Iglesia que conozco es una Iglesia generosa con personas que sirven a los demás. Ser cristiano significa ser una persona para las demás; ser cristiano en el mundo presente significa andar al lado de nuestros vecinos y sobre todo aquellos que necesitan más ayuda y apoyo que los demás. Muchas, muchas personas se encuentran en esas situaciones y no deberíamos olvidarlas.

Es la Iglesia de los peregrinos. Es la Iglesia de los siervos. Es la Iglesia de la generosidad, de la justicia, de la esperanza y del amor. Es la Iglesia que conozco.


Bartholomew McGettrick


(primavera 2019)