En comunión espiritual con los cristianos iraquíes ayudados por la Orden en Jordania

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Padre e figlio rifugiati

El viaje del papa Francisco, en el que nuestro Gran Maestre, el cardenal Filoni, ha sido invitado por el Santo Padre, tiene una gran importancia histórica. Nuestras oraciones se han unido en particular a las de los refugiados iraquíes en Jordania, que han sido ayudados por la Orden durante muchos años y que han participado en la alegría de su pueblo en estos días que han sido de gran esperanza.


La presencia de los cristianos iraquíes en Jordania es antigua. «A causa de la violencia y la inseguridad constantes en Irak, y tras la intervención militar de 2003, muchos iraquíes huyeron de su tierra a los países vecinos, entre ellos al Reino Hachemita de Jordania, que ha acogido a cientos de miles de iraquíes desde 2003», explica Jubran Salameh, diácono, subdirector del Patriarcado latino en Jordania. Desde 2014, el avance de los grupos armados y la violencia del Estado Islámico han obligado a huir a un número aún mayor de personas, especialmente a las minorías, en un intento por salvar sus vidas.

«Desde la llegada de los cristianos iraquíes a Jordania en 2014, el Patriarcado latino de Jerusalén trabaja para mejorar su vida cotidiana. Gracias a la generosidad de los Caballeros y Damas de la Orden del Santo Sepulcro, de Cáritas Jordana y de la Santa Sede, es posible ayudarles en diferentes ámbitos y darles la oportunidad de seguir practicando su fe», escribía el Servicio de Comunicación del Patriarcado latino en 2019, refiriéndose a la labor que ha intentado realizar en los últimos años para ayudar a estas familias de refugiados.

En el plano legal -explica Jubran Salameh- los iraquíes son considerados como invitados, lo que significa que son respetados, pero ocupan una «zona gris». A pesar de la creciente sensibilidad hacia los derechos humanos y la situación de los refugiados, «sin estatus legal y sin acceso definido a los medios de subsistencia, lo que va unido a la precariedad económica del país, muchos iraquíes se encuentran en una situación desesperada».

Los donativos enviados por la Orden en los últimos años han contribuido a impulsar una serie de proyectos de ayuda a los refugiados cristianos iraquíes, en particular la asistencia para el pago de alquileres, la creación de puestos de trabajo, la atención médica y las ayudas educativas. Para el periodo 2019-2020, la Orden ha aportado más de 430.000 dólares a estas iniciativas.

La historia de cada uno de los refugiados a los que se ha intentado ayudar es similar, pero al mismo tiempo es claramente única. Busrha vivía en Nínive con su familia. Cuando el Estado Islámico invadió su pueblo, las mujeres y los niños huyeron caminando durante 16 horas, llevando sólo sus pasaportes. Una vez que llegaron a Erbil, esperaron un año para volver a casa, pero ese sueño nunca se hizo realidad. Ahora Busrha vive con otras familias iraquíes en Hashimi y agradece a los Caballeros y Damas de la Orden el apoyo y el amor que le han mostrado. Remon escapó de Irak con su madre y su padre. Lleva seis años en Jordania y los últimos cuatro en el Centro Nuestra Señora de la Paz, un centro del Patriarcado que acoge a muchas familias de refugiados. «Gracias a la ayuda y el apoyo que recibimos de los Caballeros y Damas de la Orden del Santo Sepulcro -nos dice Remon- podemos vivir con dignidad y satisfacer nuestras principales necesidades». 

Cuando llegaron a Jordania, los refugiados cristianos vivían en caravanas o salones parroquiales, en espacios compartidos, sin intimidad. Con el paso de los años, el Patriarcado ha desarrollado un plan para trasladarlos a apartamentos. La atención prestada a las necesidades económicas de estas familias no pretendía ser una mera asistencia; siempre que era posible, se creaban puestos de trabajo para algunas docenas de refugiados en las estructuras del Patriarcado, para que ellos mismos pudieran contribuir al mantenimiento de sus familias. En cuanto a los niños, el Patriarcado «proporciona apoyo educativo a los niños y jóvenes iraquíes que viven en Jordania, pagando las tasas escolares y ofreciendo cursos de formación en idiomas, matemáticas, religión, Microsoft Office y otros. Además, ahora tenemos dos escuelas para unos 500 alumnos cristianos refugiados iraquíes, una en Hashimi y otra en Marka», explica el subdirector del Patriarcado en Jordania.

Así, durante la visita del Santo Padre a Irak, los cristianos iraquíes que ya no viven en su propia tierra también esperaban este momento con esperanza y han agradecido el interés que la Iglesia universal tiene por ellos. Nos hemos unido a sus oraciones mientras acompañábamos el viaje del papa Francisco y pedíamos el don de la paz.

Atelier mosaico Algunos refugiados han encontrado la dignidad del trabajo, aquí en un taller de mosaicos ayudado por la Orden en Jordania.

El camino recorrido por los refugiados iraquíes suele ser largo antes de su llegada a Jordania: muchos traslados, muchos esfuerzos por volver a empezar, dificultades de adaptación y esperanzas a menudo destruidas. Este es el testimonio de Sanna que, hoy, gracias al compromiso permanente del Patriarcado latino y a las donaciones enviadas por la Orden, ha encontrado un lugar donde se siente ayudada y acompañada.

Me llamo Sanna. Junto con mi familia (cinco personas) hemos sido evacuados de nuestra casa en Mosul a causa de los ataques terroristas. Nos fuimos a Qaraqosh, donde nos quedamos hasta 2014. El 6 de agosto iniciamos nuestro viaje dejando atrás Qaraqosh, de nuevo por los ataques del Estado Islámico.

Lo abandonamos todo y huimos a Erbil, a unos 85 kilómetros de Qaraqosh. Tardamos ocho horas en llegar. Una vez allí, nos dirigimos a la iglesia caldea de San José, donde nos quedamos unos días hasta que encontramos un lugar donde alojarnos con otras dos familias. Esta situación duró hasta junio de 2016, cuando tuvimos que ir al campamento de Ashti hasta 2017. Fue entonces cuando decidimos abandonar el país porque el Estado Islámico había quemado y destruido nuestra casa y mis hijos no podían ir a la escuela.

Nos fuimos a Ammán y allí he trabajado en el Centro de Nuestra Señora de la Paz. Este centro nos acogió a mi familia y a mí durante varios años sin hacernos sentir que estábamos lejos de casa, y respondió a nuestras necesidades, tanto desde el punto de vista emocional como económico.