«Creemos en Jesús y hablamos hebreo»

Entrevista con el diácono Benedetto Di Bitonto, del Vicariato de Santiago dirigido por el P. Rafic Nahra, Vicario patriarcal de los católicos de expresión hebraica.

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Benedetto Di Bitonto

¿Cómo se organiza el Vicariato de Santiago encargado de los católicos de lengua hebraica? ¿Cuántos fieles acompaña y en qué ciudades se encuentran representados principalmente?

Nuestro Vicariato está compuesto por pequeñas comunidades de las cuales tan solo dos son parroquias y en las que todo tiene lugar en lengua hebrea, desde la celebración litúrgica hasta la acción pastoral. Nuestra gran dificultad es la falta de estructuras adecuadas y fondos para llevar a cabo numerosas iniciativas que maduran de año en año. Gracias a Dios existen organizaciones cristianas que nos ayudan con sus donaciones, sin ello no podríamos concretar nada.

La Orden del Santo Sepulcro tiene una función primordial en este trabajo de apoyo y le estamos profundamente agradecidos. No conozco el número exacto de nuestros feligreses, pero sé que durante estos últimos diez años hemos crecido mucho en términos de participación. Además, desde 2010 hemos descubierto el gran mundo de los emigrantes y trabajadores extranjeros, que representan algunas decenas de miles de personas aquí en Israel. Desde entonces cuidamos a sus hijos con determinadas iniciativas: guarderías, clases de catecismo, campamentos cuatro veces al año, formaciones, etc. Desde que estoy aquí, me he encontrado en medio de niños de todos los orígenes y todos tenemos dos cosas en común: creemos en Jesús y hablamos hebreo. Es una experiencia singular que agradezco a Dios de todo corazón.


Diácono desde junio de 2018 y dentro de poco sacerdote, miembro del Vicariato de Santiago del Patriarcado latino de Jerusalén, ¿puede decirnos en qué consiste su misión, cómo transcurren sus días y cuál es el centro de su acción pastoral?

En 2011, de vuelta de las JMJ de Madrid con nuestro grupo de jóvenes ‘Perah ha-midbar’ (‘Flor del desierto’), hablé con el Vicario patriarcal de entonces, el P. David Neuhaus, con el que he vivido en estrecho contacto durante siete años, y le expresé mi deseo de ser sacerdote para el Vicariato. Después de obtener mi doctorado, fui admitido en los estudios filosóficos, luego teológicos. Mi ruta no ha sido evidente ya que durante esos seis años de estudios no había ningún otro seminarista en nuestro Vicariato. Eso ha influido en mi percepción de la formación, pero para bien más que para mal a fin de cuentas, ya que me ha obligado a establecer relaciones fraternas con varios jóvenes en formación: franciscanos, salesianos y seminaristas árabes del Seminario patriarcal de Beit Jala. Al final soy un poco hijo y hermano de todos.

Durante estos años me ha seguido y acompañado el P. Rafic Nahra, que es hoy nuestro Vicario, y con el que vivo, así como con otro sacerdote encargado de la comunidad de Jerusalén y otros que vienen a vivir con nosotros durante periodos de duración variable. Juntos rezamos los Laudes por la mañana (en hebreo). Durante el día cada uno está ocupado en sus propias tareas. A veces comemos al mismo tiempo, entonces aprovechamos para intercambiar algunas palabras sobre las últimas noticias, pero nuestras jornadas son más bien frenéticas y cada uno está ocupado en un campo particular, lo que hace que no nos crucemos “sobre el terreno”, pero por la noche nos juntamos para la misa y la cena.

Como Vicariato de Santiago, nuestro deber es asegurar una ayuda pastoral a los fieles católicos que viven en la sociedad israelí, que hablan hebreo y constituyen un acontecimiento único en la historia desde la Iglesia de los primeros siglos: ser una minoría cristiana dentro de una fuerte mayoría judía. Esto quiere decir que se trata esencialmente de pastoral ordinaria (parroquias, catecismo, sacramentos, servicio a pobres y enfermos, etc.) y extraordinaria (campamentos para los niños, actividades especiales para las familias, cuidados y acompañamiento de los jóvenes, peregrinaciones, etc.).


Los católicos, a veces, no son muy conscientes de sus raíces judías: ¿cómo el Vicariato de Santiago ayuda a la Iglesia a volver a su origen espiritual, sobre todo en la formación litúrgica? ¿Organizan encuentros entre católicos y judíos, incluso jornadas de intercambio y reciprocidad? ¿Su experiencia tiene resonancia a escala universal?

No hay lugar a duda en cuanto a que nuestra fe nació dentro del pueblo judío y como cristianos debemos mucho al pueblo de la alianza. Para nosotros lo que cuenta es la expresión de nuestra fe cristiana y nuestra identidad católica en un lenguaje y una forma que se parezcan a la cultura de la sociedad en la que vivimos. No queremos que nuestra fe sea percibida como algo exótico y extraño en el mundo en la que nació y se constituyó. Eso quiere decir, por ejemplo, que nuestros lugares de culto son muy sencillos, no rebosan de imágenes (no tenemos estatuas, por ejemplo) y prácticas que pertenecen más bien a un catolicismo occidental de tipo europeo. Siendo profundamente católicos, en nuestras comunidades no es apropiado venerar una reliquia o hacer una novena a un santo mejor que a otro, por ejemplo. Se acentúa mucho más la Palabra de Dios, la experiencia bíblica entendida a la luz de la tradición de la Iglesia, una celebración eucarística sencilla, pero digna, la convivencia de comunidades a escala humana, donde se conoce a todos y se pueden ayudar unos a otros.

Todo esto prepara el terreno sin lugar a dudas para un encuentro tranquilo y amistoso con nuestros amigos judíos, que encuentran en nosotros una realidad que no les asusta, sino que les lleva por una vía de amistad sincera, donde las diferencias se valoran y no se borran. La Celebración eucarística está profundamente enraizada en el surco de la tradición judía y es bueno profundizar un poco los conocimientos de tal realidad, intentando no caer en las actitudes sensibleras o un poco simplistas de aquel que quiere a toda costa imitar ciertas costumbres judías copiándolas en la liturgia cristiana, sobre todo los ritos que se desarrollaron de manera posterior al cristianismo. No hablo de eso, sino más bien de profundizar el judaísmo bíblico, el que conocían y practicaban seguramente Jesús, su madre María y todos los Apóstoles. Y sobre todo aceptar el hecho que el nacimiento de Jesucristo es un giro total en la historia de la humanidad que no se puede ni ignorar ni hacer neutro. La separación de la Iglesia y la Sinagoga es algo oculto en el misterio de Dios y se nos revelará al final de los tiempos. Hasta entonces podemos sin embargo aprender a conocernos verdaderamente, a respetanos, apreciarnos y trabajar juntos por un mundo más parecido al sueño de Dios. También veo ahí dentro a los creyentes musulmanes, que son miembros también de la familia de los hijos de Abraham, que tienen como nosotros la responsabilidad de difundir en el mundo la luz y el amor de Dios que nos ama a todos.


Entrevista realizada por François Vayne


(Febrero 2019)